Francia tiene un problema. Su Presidente, al parecer tiene
una novia, eso se dice y como cabía esperar, una noticia de este calado
trasciende fronteras. Conocida la noticia hubo un momento que llegué a pensar
que Europa estaba en peligro.
A este lado del Pirineo no podía entenderse de otra forma, ya
sabemos, estas cosas en casa del vecino siempre despiertan un interés especial.
Es tal, que en este momento me atrevo a aventurar que desplazó a un segundo plano
si el paro sube o baja, nuestra prima de riesgo se estabiliza, o si nuestro
Presidente hace o no el ridículo en el Despacho Oval, con un alto porcentaje de
posibilidades que así sea.
Tengo la impresión que puede llegar a tener mayor seguimiento
al sur de la cordillera que en el propio
País Galo.
Cuando salta una noticia de esta naturaleza vinculada a un personaje público, siempre
provoca la polémica y debate, hasta dónde llega lo público y donde empieza lo
privado.
El día después de autos, tras haber sido conocido el hecho,
escuché a un tertuliano televisivo de los habituales manifestarse al respecto, diciendo
que una persona pública sólo puede ejercer el derecho a la privacidad en aquel
ámbito exclusivo del entorno de la alcoba; lo demás debe ser público y
conocido.
Por un lado me sorprende la consideración de esta privacidad dado
que todos somos conscientes que lo que más seduce a la concurrencia y hojas rosa vende es precisamente las alcobas
y al fin y al cabo es lo que importa ¿no?, mucho más que si los salarios suben
o bajan o si un juez absuelve a un delincuente económico, pongo por ejemplo, y
aquí de eso se trata, de un asunto de alcoba, a no ser que mi percepción no se
ajuste al caso.
Cualquier opinión, sea
compartida o no, ha de ser respetada, por ello tanto la apuntada como otras las
juzgo bajo esta consideración y a partir de ahí planteo una reflexión al
respecto.
Una persona, sea su función pública o privada ha de tener un
espacio mínimo y suficiente para ejercer su privacidad, espacio que debe ser
inviolable y donde nadie debe introducir sus narices, se llame F.
Hollande, el Ejecutivo de una Multinacional, el Autónomo de la calle de
arriba o Dolores de Cospedal. Una persona pública deberá rendir cuentas y ser
transparente en todo aquello que afecte a lo público y toque lo que es común al
conjunto de la sociedad, aquellas decisiones que influyen en la vida de la
ciudadanía y todo cuanto supone la gestión de sus recursos, (por cierto, ¿Cuántos???
Colocamos al respecto?) Bien, este no es el caso de hoy.
¿Cómo se puede consentir que a una persona no se le respete
ese derecho inviolable? A mí me preocupa poco, mejor dicho, nada, ni debe, si
Hollande tiene una novia o siete; es su asunto y el de su entorno más próximo,
no del vecino y menos de la prensa, sea rosa, amarilla o de cualquier otro
color. Reconozco como cierto que todos tenemos derecho a la información y los
medios a informar; derecho y obligación,
pero en nombre de estos derechos no se puede ejercer un trabajo bajo la premisa
del vale todo, eso nunca ha de ser consentido, puesto que es la evidencia de la
vulneración de otro derecho fundamental, en mi opinión prioritario a éste.
Es fácil comprobar, cómo en algún país de los considerados
avanzados, un Presidente puede ser el
mejor de la historia que como en algún momento tenga una debilidad rosa puede
ser fulminado socialmente.
No puedo dejar de preguntar, ¿Habremos perdido el juicio?
D.Robles