A veces me pregunto por qué sentimos la necesidad de
complicarnos tanto la vida diaria en nuestro modo de convivencia.
Todos tenemos derecho a una opinión, una creencia, otra
o ninguna; vivir conforme dicta nuestro íntimo razonamiento y ser libres en la
medida que la relación social exige o permite, con aquellos límites que le son
propios, es decir, respetando siempre, al otro/a.
Bajo esta consideración indispensable hemos de preguntarnos
por qué tanto empeño en tratar de imponer creencias, valores y opiniones, como lo único
aceptable y verdadero, censurando y despreciando todo cuanto supone disentir
de nuestra convicción o modo de entender.
Esta semana se celebró en Madrid otra edición del llamado
Orgullo. Acto reivindicativo en defensa de unos derechos fundamentales y
pisoteados a lo largo de la historia. Pongo este hecho como ejemplo, por ser de
actualidad, pero extensible a un universo de conductas humanas.
Cada persona somos diferentes entre sí, lo que no supone
ventaja alguna de unos sobre los demás a la hora de disfrutar de aquellos derechos
de igualdad en todos los órdenes de la vida.
Algo tan elemental, no es posible que el conjunto de individuos
lo vea y respete.
Es altamente desacertado considerar diferente, con el matiz
que supone, a aquellas personas que no entran en el estándar social establecido
no sé muy bien por qué ni por quien.
Si todos somos diferentes, la orientación sexual en este
caso, forma parte de la normalidad más absoluta, no de la diferencia, más allá
de la que nos caracteriza a todos y cada uno como individuos.
Reprocho, censuro y detesto todas aquellas salvajadas,
barbaridades y estupideces varias que se escuchan referidas al caso, al igual
que también en otros casos.
¿Quién es nadie para erigirse en paradigma de la normalidad y
afirmar qué no lo es?
Una persona homosexual ¿es una persona enferma? Pues NO, es
una persona tan normal como otra heterosexual, u otra de otra orientación.
Si alguien está fuera de ese contexto de normalidad son todas
aquellas personas que critican y censuran conductas sin ser capaces de entender
ni aceptar una realidad común que forma parte del todo. Hacerlo además con ese
variopinto léxico, tan cargado de odio en algunos casos, como mediocre en su
generalidad.
¿Alguien me puede explicar el significado del concepto de
normalidad? ¿Alguien me puede decir qué
es normal y qué no? Y también, ¿cuál es la frontera entre lo uno y lo otro?
Cuando se habla de personas diferentes, se acostumbra a hacer
bajo el paradigma que diferente es aquel que no forma parte de ese estándar en
el cual se incluye quien así lo considera.
Afirmo: DIFERENTES SOMOS TODOS. Por lo tanto todos iguales y
por ello nadie más que nadie.
Sólo desde la irreflexión y cerrazón neuronal se
puede concluir que cuando hablamos de personas podamos hacerlo clasificando a
unas y otras en distintas filas.
Cuando pensamos que el raciocinio nos caracteriza y define
como especie, respecto a otras, debemos detenernos un poco y pensar qué es ese
raciocinio y si en verdad es lo que reflejamos,
o por el contrario lo interpretamos en un contexto teórico que poco tiene que
ver con el ejercicio práctico.
El día a día nos evidencia una ausencia bastante notable de
esa capacidad, que como en la mili el valor, se supone, pero no quiere decir
que se posea.
Viendo y escuchando lo que al respecto se pone de manifiesto
cada día, puedo afirmar que raciocinio, nuestra sociedad anda bastante escasa.
Hay gente, tan normal, tan normal, que no conoce el
mundo que le rodea, y ese desconocimiento le convierte en un negacionista de la
existencia más elemental, y en consecuencia le lleva a vulnerar las normas más básicas
de respeto y conducta social.
Esto y mucho más lo resumo en un simple:
Querid@ ciudadan@: vive tu vida y deja vivir.
No trates de interferir en la que no compartas.
Tiene el mismo derecho a existir que tú.
Tiene el mismo derecho a existir que tú.
D. Robles
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