Hay cosas que resulta difícil de entender en este mundo. Al menos para mí
así es. Tal vez muchas, pero sobre todo una a la que me voy a referir hoy.
Para comenzar el año, desde Corea del Norte, su líder Kim Jong–un, anuncia
a bombo y platillo y en su estilo más puro el éxito en la prueba de la
construcción de la bomba de hidrógeno. El hecho no merece muchos comentarios.
La llamada Comunidad Internacional
reacciona de inmediato, pone el grito en el cielo y anuncia sanciones
económicas y lo que proceda ante tal atrevimiento y desafío. Hay que presionar
a cualquiera que se atreva a desafiar el establishment.
Se usará la fuerza si fuere
necesario, es decir, las armas. Tal vez, si esto sigue así, veamos en breve maniobras
en la zona. Es lo que suele hacerse para anunciar el: "aquí estoy yo así que
cuidado con lo que haces".
El desarrollo de la industria armamentista sabemos para que sirve. Para
matar. Hasta aquí creo que estamos de acuerdo. No me sirve el argumento de
disuasorio ni tampoco el de mantenedor de paz. No es posible la paz con armas
por medio, y menos con su utilización.
Siendo así, he aquí parte de mi no entender: Quien más invierte en
desarrollo de armamento, es quien más se molesta y trata de impedir que los
demás hagan lo mismo.
¿Qué orden mundial es ese que dice
quien es bueno y quien no? ¿Qué pecador se puede subrogar el derecho de
censurar el pecado ajeno?
No hay país en el mundo que haya desarrollado armas que después no haya
utilizado para matar, luego, en este caso me da lo mismo que sea Corea, EEUU, Rusia,
China, Israel o quien quiera que sea. Todos condenables en los mismos términos
y forma.
Por muchas resoluciones de la ONU
en contra de unos y a favor de otros por el mismo fin delictivo, las armas,
armas son y no sirven precisamente para ir de cañas. La única resolución que
espero de ese organismo que no sé muy bien para que sirve, la ONU, es
aquella que obligue a todo el mundo a destruir sus armas, y que lo hagan. ¡Qué
iluso! Verdad.
Sólo con la mitad del dinero que se emplea en el mundo para matar se acabaría
con el hambre, que también mata, pero esto no importa.
Unos iluminados crean bombas, otros, no menos iluminados ya las crearon,
después, se verán en la necesidad de comprobar su eficacia los unos contra
los otros bajo argumentos justificativos, y lo terminarán pagando los de
siempre.
Aun así, nos autodenominamos racionales.
D. Robles
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