sábado, 4 de marzo de 2017

EL AUTOBÚS DE LA VERGÜENZA


Una organización, de cuyo nombre no quiero acordarme, nos dedica esta semana una exaltación de valores sustentados sobre la base de una moralidad mal entendida. También nos ilustra sobre el bien y el mal; lo propio e impropio y todo buen hacer que el derecho divino provee.

Un autobús decorado con imágenes y titulares cuya construcción debió suponer meses de trabajo y esfuerzo intelectual se dispone a recorrer las calles de Madrid y amenaza con acudir a Barcelona, Valencia y quien sabe dónde más, puesto que la irracionalidad elevada a un máximo exponencial es capaz de superar fronteras.

Esta gente, aupada y liderada por lo más retrógrado y anti-diluviano del Clero, no sólo quiere vivir conforme a su criterio y creencias, algo legítimo y respetable, sino que busca imponer y obligar a los demás a hacerlo bajo un yugo hipócrita de falsa “moralina” en aras de unos valores que no lo son.

Si la teoría nos dice que debemos tener cuidado de quien en público y en sede basílica abraza los santos, la realidad nos dice que cumple la máxima. 
Resulta frecuente visualizar en un banco del Paraninfo Celestial postrados de rodillas, dar golpes en el pecho y pedir perdón por los pecados, a la vez que ofrecer todo tipo de comprensión y apoyo a los “descarriados”, para, al salir de la procesión volver a pecar y señalar con el dedo inquisitorial a quien minutos antes ofrecían toda su consideración y respeto.

Este conglomerado de sabiduría y valores que desbordan, los presentan en un autobús de color, a la vez que nos recuerdan que en la educación de nuestros infantes ha de prevalecer un catecismo y cuantas falacias recrea, sobre las materias donde se forme en conocimiento y valores de respeto a los demás; respeto a la diversidad, vivir y convivir en la diferencia; respeto al medio ambiente (medio ambiente = a vida), y un largo etc.
Mejor insistir en el mantra de homosexualidad igual a enfermedad curable y otros que ayuden a mantener viva la llama.
Recobra actualidad la afirmación de aquel obispo americano cuando entró en el observatorio del Vaticano y dijo: “Para que queremos ciencia habiendo fe”.

Razón tenía Séneca cuando afirmó: “La religión es verdad para la gente común, falsa para los sabios y útil para los poderosos”

Resultaría simple esperar que los autobuses del odio pinchasen sus ruedas para dejar de seguir extendiendo su ira, pero pienso que es mejor pedir que sigan su recorrido y cuanto más mejor, con el ánimo que a mayor conocimiento de la fobia de estas almas en pena, mayor será la respuesta que cosechen.

Viajer@s del autobús. Apóstoles de la sinrazón: respeto y defiendo que puedan vivir conforme a sus creencias y prioridades, de la misma forma que exijo que dejen en paz a quien hace lo propio y no interfiere en sus vidas.

Para quien no sea capaz de cumplir esta sencilla recomendación porque su conciencia u obstrucción neuronal lo impida le recuerdo que los psiquiatras saben gestionar estos desequilibrios. 
Una persona homosexual o transexual es exactamente igual que otra que no lo sea, y que ustedes, almas en tránsito sobre ruedas. 
Hay algo que sí hace que ustedes sean un poco diferentes. Su fanatismo les impide ver el mundo en que viven.

Sexo, color, religión, origen……no hace a una persona mejor que otra, ni más digna ni más respetable, eso lo aporta la educación, cuya insuficiencia fluye por las ventanas de los cuatro costados del autobús.

Homosexualidad no es enfermedad. Defender tal cosa, como ustedes hacen, viajer@s del autobús, y quienes les aúpan desde las sacristías sí es un desajuste serio.
Si nadie lo consideró, les recomiendo que empiecen a valorarlo, nunca es tarde, y seguro que la solución a su problema la van a encontrar antes en una clínica que en una sacristía.

¿Cuándo los Obispos, paladines de la verdad absoluta piensan empezar a curar a tanto “enfermo” que hay en sus alcobas? ¿No encuentran el fármaco adecuado?
Tal vez mejor mantener su coherencia; y subidos al autobús tapar cuando haya que cubrir a la vez que seguir exhibiendo fe y buenas formas al otro lado de la puerta.

                                                                 
                                                                 D. Robles

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