No es frecuente detenerse un momento a reflexionar un poco y observar cómo
desenvolvemos nuestro discurso, formas de interpretar hechos y maneras de
proceder.
Si lo hiciéramos, resultaría bastante sencillo llegar a una conclusión: somos
una especie (en términos generales) que piensa muy poco, cree lo que le cuentan
y obra en función de lo segundo en manifiesta ausencia de lo primero.
Pasa a
plano secundario, o tal vez peor, ni se considera, conocer si es cierto o no aquello
que escuchamos, y qué motiva algunos mensajes.
Hay gran distancia entre el enfado que provocan hechos consumados, el
discurso que se adopta para referirlo y el nivel de compromiso que se asume a
la hora de gestionar de forma coherente ese enfado.
Sabemos que hay partidos políticos que, al menos en alguna parte, funcionan como auténticas mafias, podríamos decir sin temor a exagerar, que son mafias, pero se hace convivir con naturalidad la critica y censura por un lado, y el apoyo por otro, que posibilita que sigan indignando.
También sabemos que modifican cuanto está a su alcance, que es casi todo,
para conducir las cosas al lugar que interesa (caso de la Justicia) y apartar a
quien convenga para que no investigue demasiado, a la vez que colocan a quien
se presta a suavizar las probables malas noticias, o mejor todavía, poder fundamentar
y convertir un delito en una exculpación. Lo sabemos y nos provoca enfado, pero
seguimos apoyando a quien lo hace para que continúen con la cantinela.
Si lo hacemos posible, ¡no nos cabreemos! Ambas posturas son
contradictorias y no obedecen a una mínima lógica conductual.
Esta semana el ex Fiscal de Murcia dice: se presiona, se amenaza, se
intimida a quien persigue la delincuencia para que deje de investigar. No es el
único. Cuando el presunto delincuente pertenece al status y entorno del
Gobierno de turno, es cuasi intocable.
Una semana en que también se conoce el capítulo final del caso NOS (veremos
como acaba) y también el de los golfos de Caja Madrid. Hechos que provocan en la
sociedad indignación y preocupación, pero tres meses después, se olvida y se sigue apoyando a quien tanto indigna.
En Andalucía sabemos que a los ex Presidentes los juzgará un ex alto
cargo de su Gobierno. No voy a juzgar a priori su profesionalidad, faltaría
más, pero algo de tufillo libera el asunto.
En estas circunstancias ¿no sería
más serio que este Magistrado se inhibiese en tal proceso?
En la Edad Media existía un
derecho llamado de pernada, en la actualidad, ese derecho debió mutar en formas de esta naturaleza.
No resulta difícil concluir que no vivimos en un estado de derecho, al
menos serio, sino más bien en un régimen del estilo de los que tanto se critica
desde aquí quien hace lo mismo o peor.
Nos indignamos, pero seguimos apoyando y justificando a quien nos indigna,
además de darle argumentos suficientes para justificar la pervivencia de la
mafia.
Somos capaces de defender lo indefendible porque así lo recibimos y
asumimos, a la vez que podemos criminalizar lo que interesa utilizando la misma
fuente.
Aquí podría servir de ejemplo el juego de los niños cuando jugando al
escondite se tapan los ojos y dicen: “no estoy”. Pues eso, tapamos ojos, nariz
y lo que sea necesario para escondernos tras una verdad que no lo es.
Las grandes maquinarias políticas lo saben, lo practican y lo consiguen.
La población, en muy gran medida no lo sabe, no es consciente, y como tal obra
en función del interés de esas maquinarias.
Otro ejemplo: ¿Cuál es nuestra reacción ante un hecho indignante?
Nos
suben el recibo de la luz de forma escandalosa, argumentando lo que sabemos, y sólo
se nos ocurre tratar de protestar convocando por WhatsApp un apagón de luz de
una hora un día. Sin embargo nadie piensa que esto y mucho más se empieza a arreglar
en las urnas el día que se nos convoca.
Quiero imaginar la carcajada de los
directivos de las eléctricas y Gobierno, que al fin y al cabo es lo mismo, con
tal manifestación de protesta.
Mostramos temor por lo que va a hacer quien nunca tuvo la oportunidad de estar,
y no tememos a quien hace e hizo todo cuanto nos indigna y degrada. Las
maquinarias referidas con anterioridad están engrasadas para asustar a la
población de unos supuestos peligros que nos acechan con los demás. Es
sorprendente escuchar a ciertos dirigentes el amplio conocimiento que tienen de
la vida en casa ajena y tan escaso de la propia, de la que tantas veces
escuchamos que no se habían enterado de nada, según que cosas.
Concluyo pensando que no somos coherentes. Somos más bien incoherentes y
bastante. Por lo que procede decir: menos quejarse y más conciencia y compromiso.
A partir de ahí podemos hablar.
D. Robles
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