Esta semana se cumplen diez años de aquel jueves once de
marzo que fijó una fecha trágica en la historia de España.
Recuerdo aquel día; lo recuerdo muy bien. Me encontraba en
una reunión de trabajo; en un hotel. Entré en aquella reunión, como el
resto de asistentes a primera hora de la mañana con la preocupación e
indignación del golpe que trasmitían las
primeras noticias. En aquel momento nadie dudaba “es cosa de ETA”, "ETA entra en campaña", etc. Es bastante comprensible.
Once de la mañana, primer receso, primer café y antes, búsqueda
del televisor más próximo ávidos de información. Las noticias de aquel momento eran
diferentes; avanzaban más datos, había imágenes. Recuerdo muy bien. En aquel
momento y fijándome en alguna de ellas dije en voz alta: “Esto no es cosa de
ETA, es un atentado integrista; la
factura a la aventura de las Azores” Hubo quien guardó silencio, también quien
manifestó que eso era una “valiente tontería”, etc. El resto importa poco.
Momentos duros y difíciles, España, un país acostumbrado a
golpes terroristas quedó sobrecogida ante la magnitud de aquella tragedia.
Estábamos en la recta final de una campaña electoral y si es
cierto que en momentos difíciles es donde se ven las personas, aquellos días
dejaron al descubierto algunos rostros tan duros como falsos. Era el otro 11M, la otra cara de aquella
semana.
La vergüenza que supuso las maniobras de aquellos días es
difícil de superar. A alguno de nuestros
primeros espadas (en política) sólo le preocupaba el resultado de las urnas de
aquel domingo día 14 y para ello no le, o les importó mentir cuanto fuese
necesario, ejercer presiones para que se enviase “urbi et orbi” un mensaje
determinado. Todo sirve, el fin justifica los medios. Mentir ya es habitual en muchos
de ellos, pero aquello superó todas las previsiones posibles. ¿Para qué iban a
estar donde debían y cómo debían? En el lugar de los hechos, con la gente que había
sido golpeada de aquella manera, que tanto estaba sufriendo, y en gran medida
como consecuencia de la ligereza aventurera de alguno de ellos. No, lo
importante era qué pasaría el domingo. De vez en cuando aparecían, acompañados
de un nutrido grupo de fotógrafos, ya sabemos para qué. También algunos medios,
perversos y falaces jugaban en el tablero, conniventes con el despropósito de
sus sponsors. Para qué iban a cumplir su
obligación, informar de una forma veraz
y clara sobre aquello que estaba ocurriendo en cada momento. Era más
interesante tratar de convencernos a todos de lo que interesaba en aquellas
horas; que era ETA y también que se había producido una conspiración. Sabían
que si la gente llegaba a creerlo el resultado del domingo iba a ser distinto
que si se sabía la verdad.
He de decir, que aquellos días también escuché a pie de
calle, a gentes normales y corrientes decir cosas como “¿Por qué no estarán
callados?” “es mejor que hasta el lunes no se sepa nada”. ¡Qué tristeza! Con que
facilidad dejamos al descubierto nuestras miserias.
Hay que reconocer que fuimos sabiendo qué estaba ocurriendo
por el intenso trabajo que llevaron a cabo esos profesionales de algunos medios
que sí saben estar a la altura en lugar de seguir consignas del poder.
Pues bien; diez años
después, donde cualquier duda que quede al respecto, probablemente es más atribuible a aptitudes nostálgicas o
ceguera que otra cosa, aún hay quien sigue insistiendo en sembrar dudas y
colocar interrogantes a las llamadas autorías intelectuales y otras, y por si fuera poco el Purpurado Decano de la
Curia, probablemente asistido por un halo divino nos ilustra con mensajes
referidos a hechos conspiratorios y utiliza una ceremonia religiosa en recuerdo
de una tragedia para hacer un mitin en lugar de una homilía, que es lo suyo. Y
habrá quien le aplauda.
En fin, esto es España.
D.
Robles
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