Siempre, cuando truena nos acordamos de Santa Bárbara.
Siempre, cuando hay un vendaval se buscan responsables que también siempre,
suelen ser otros.
Estos días España arde, se quema, desaparece de nuestra vista
el esplendor y frondosidad con que nos obsequiaba paisajes enteros. Vecinos que
pierden sus casas y otras pertenencias. Ciudadanas, ciudadanos que pierden sus
recursos vitales; su forma de vida.
¿Y ahora qué? ¿Es suficiente con trasladar solidaridad y
algún que otro anuncio de apoyo? ¿es suficiente cuando muchos de estos
desastres pueden ser evitables?
No sé si todos. Tal vez no. Pero muchos seguro que sí.
Un espacio tan sensible como Las Médulas en el Bierzo,
patrimonio de la humanidad no tiene un sistema preventivo adecuado para evitar un
desastre como el que nos exhibe las llamas enfurecidas y descontroladas a
juzgar por lo conocido y si no, que alguien lo explique después del espectáculo
que la realidad nos brinda. Y digo las Médulas por su valor emblemático y no
por ello menos importante su afectación que el resto de los casos.
Cuando la ganadería era habitual nuestros montes estaban más cuidados. Los animales, alguno tan concreto como ovejas, cabras y asnos eran los mejores desbrozadores naturales que se conoce. Ello sumado al cuidado que los ganaderos solían tener; aquello era eficaz, sobre todo en la alta montaña.
Ahora no hay cabras, tampoco ovejas ni asnos No hay apoyo,
consideración ni respeto para su desarrollo tradicional. Nadie puede sentir interés
por tal actividad teniendo en cuenta que lejos de incentivar y cuidar esta práctica más bien
se penaliza. En cambio, las autoridades ¿se preocupan del cuidado del monte y
su mantenimiento para evitar desastres como los que nos ocupan y preocupan
estos días? Parece que no, que no les preocupa demasiado, más allá de aparecer
en una rueda de prensa cuando ocurre un desastre para trasladar el mensaje
previsto y esperado y culpar a otros, si es el caso, de la debida
responsabilidad. Los montes están abandonados. La maleza crece desmesurada sin
control, cegando caminos e invadiendo espacios.
Todo sucede a partir de una “chispa” enviada por el dios de los truenos o por algún desalmado cuya patología no es fácil interpretar.
No hay pena habilitada suficiente para el último ni mecanismo construido para evitar las consecuencias del primero.
Y ¿ahora qué? ¿seguiremos igual, esperando el siguiente? Me
temo que sí, dado que las autoridades competentes no parecen serlo para manejar
estas situaciones.
Ya sabemos que las vacaciones están sobrevaloradas, pero aun
así hay a quien le cuesta suspenderlas para atender un desastre desde la
primera línea que le corresponde.
Mucha protección (o tal vez no) del medio ambiente, mucha
vigilancia para según qué y mucha despreocupación para algo tan esencial.
D. Robles