Hay escenas en la vida diaria que no se creerían posibles si no fuera
porque la tozuda realidad hace que toquemos, y por tanto nos hace tomar
conciencia de su presencia entre nosotros, delante, al lado.
A raíz del fallecimiento de Bimba
Bosé, se desencadenó una serie de comentarios a través de la red, medio que
suelen utilizar quienes no tienen posibilidad de hacerlo de otra manera que les
permite esconderse bajo el cobarde anonimato.
No encuentro calificativos que puedan
definir de forma ordenada tal infamia.
Este cúmulo de torpezas y atrocidades
no sé bien si enmarcarlo en una carencia de elementos fundamentales y básicos
de educación, que sin duda sí, si ampliarlo a alguna alteración genética no
identificada que pueda padecer quien se manifiesta de tal manera, si también, a
alguna enfermedad que se retroalimenta socialmente con una pastilla grupal; o a
otra alteración no identificada. Lo que puedo afirmar es, que escapa a la
normalidad elemental.
Hay algo que considero probado: quien no es capaz de aceptar todo cuanto sale
de sus esquemas bastante limitados, trata de eliminarlo de su entorno haciendo
uso de la sinrazón más absoluta, no reúne condiciones para vivir en la sociedad
de la que forma parte.
Una canción dice en su letra, entre
otras cosas: “Aquí cabemos todos o no cabe ni Dios”, pues bien, aplicado al
caso he de decir que, quien trata de ejercer su convivencia buscando apartar a
quien pueda ser diferente, y no sabiendo respetar a una persona por el hecho de
serlo, es alguien que ha de padecer una mutación genética que debe ser tratada
por su potencial peligrosidad. Ahora bien, no contemplo como solución al caso,
excluir a estos individuos de la circulación ordinaria puesto que nos colocaría
a su nivel y esto no es apropiado, pero en la medida que son individuos que
requieren seguimiento, sí es adecuado identificarlos para poder tratar su
trastorno y reconducirlos a la senda de la civilización normalizada.
Los mecanismos son varios, es cuestión de
buscar el más adecuado a cada caso. Hay cosas que no admiten demora y deben
perseguirse hasta el último rincón.
Es un caso de los muchos que conocemos día sí y otro también, y debe
encontrársele remedio antes que pueda ser demasiado tarde.
Una fuente que alimenta y da de beber a este trastorno es la Universidad
del Desatino, donde encontramos doctores impartiendo doctrina sobrenatural,
basada en la verdad absoluta, o casi.
Por un lado, catedráticos purpurados, a quien hay que añadir seglares del
nivel de Richard Cohen, que esta semana es noticia por haber escrito un libro y
a la vez, a través de su conferencia invita, en singular sintonía con algunos portadores
de “sombrero celestial”, a “sanarse” a aquellas personas que son homosexuales.
Estos pobres infelices viven su profunda ignorancia sin darse cuenta, o
no querer hacerlo, que si hay alguien que debe ponerse en manos de un especialista
para sanarse, y en este caso de la psiquiatría, es ellos mismos por su
trastorno conceptual y por extensión personal. En España hay grandes
profesionales en esta especialidad que sin duda pueden ayudarles. Para ello,
primero han de ser conscientes de su controversia y contradicción, para después
estar en condiciones de aceptar esa ayuda. El gran problema es saber
reconocerlo y aceptarlo.
Hay manifestaciones que lejos de ejercer la libre expresión, porque no lo
es, atentan contra derechos fundamentales de las personas.
Hacer manifestación que suponga enaltecer
el terrorismo está penado como sabemos, y se persigue hasta a quien pueda hacer alusiones en clave de humor, cuyo
mal gusto o no, no voy a discutir.
¿Cómo es posible que cuando alguien expresa
públicamente aptitudes de naturaleza homófoba no se tengan en cuenta en la
misma proporción? En el fondo no deja de ser un incentivo que ampara y
justifica la acción de esas mentes retorcidas dispuestas a dar forma a esos
discursos tocados por halo divino.
Para esto, como para tantas otras cosas caben tres soluciones:
EDUCACIÓN, EDUCACIÓN y EDUCACIÓN
D. Robles