El S XVII se asomaba a la historia del tiempo. Corría el año 1619 en
Robles de Laciana, (enclave protegido por la majestuosidad de la Cordillera
Cantábrica) cuando
fue testigo, según cuenta la leyenda, de una aparición milagrosa.
Vivian sus gentes del cultivo de la tierra, ganadería y pastoreo.
Hacíase este último en
forma comunitaria donde una persona, el pastor, era la encargada de cuidar y
gestionar el rebaño de todos los vecinos a lo ancho y alto del
territorio. Fórmula que trasciende los siglos hasta la segunda mitad
del S XX, momento en que la transformación que empieza a sufrir la sociedad
moderna hace que desaparezca.
Sirva como reseña la del último pastor: Arsenio. Siempre acompañado de su
inseparable Moro, el perro fiel que le acompañó y ayudó a mantener unido el rebaño.
Arsenio, como sus antecesores, llegaba cada mañana al punto
de encuentro: La ermita. De su caracola hacía fluir una señal sonora
inconfundible que anunciaba a todos los vecinos que estaba presto a recibir sus
reses para llevarlas a la montaña. Señal que se repetía cada tarde al regresar de los pastos. Arsenio
fue el último; del
primero no hay constancia.
Era primavera del año 1619. Época sacudida por tormentas frecuentes y
feroces en aquel tiempo según parece.
Era un jueves del mes de abril cuando a media tarde se
desencadenó la más temible de las tempestades que cabía imaginar.
El ruido ensordecedor de los truenos acompasado del destello de los rayos teñían al unísono el cielo
de luz y sombra. Una combinación endiablada que bien podía anunciar el fin del mundo.
El rebaño de ovejas y cabras que aquel día, como
otros, pastaba entre los lugares denominados Cueña y Valdalga, asustado y aturdido inició una
espantada en todas direcciones. Sultán, el perro vigilante de manto blanco
con manchas grises corrió como alma en pena en busca de salvación.
El pastor, de nombre Prudencio, aterrado ante el fin
de los tiempos que parece insalvable se ve incapaz de controlar aquella situación. Prudencio
ve llegado el fin de sus días.
Rendido, cae postrado de hinojos y abriendo sus brazos
a lo alto en señal de súplica y desconsuelo, mirando al cielo, empapado en
agua y esperando el último rayo, el bastón sujeto en su mano derecha, implora a
la Virgen pidiendo auxilio y protección ante tanta desventura.
Pocos segundos después, en el cielo de Valdalga, Barreiros y
Cueña comienza a extenderse
un manto transparente. Sobre el cuerpo enaguado y rendido de aquel pastor
emerge la figura de una Virgen que dirigiéndose a Prudencio dice: "Levántate pastor
y recoge tu rebaño. Tu ruego fue escuchado. Eres hombre de fe, noble y
humilde. Conduce pues tu ganado al establo y cuenta lo que viste"
Prudencio se levantó, y más aturdido si cabe que cuando cayó postrado pregunta:
¿Quién sois?
Mira en todas direcciones pero sólo alcanza a
ver una figura en forma de resplandor que se pierde en el infinito.
El vendaval empieza a amainar y el rebaño de
Prudencio comienza a reunirse en torno a él.
Sultán fue en esta ocasión el último en aparecer.
Una vez contadas las reses, y viendo que están todas a
salvo, Prudencio inicia el camino de regreso al pueblo.
Al llegar, ávido de contar lo ocurrido y todavía en estado
de éxtasis se
dirige a cuanto transeúnte encuentra a su paso, abriendo sus brazos y sujeto
el bastón en su mano
derecha:
¡Milagro! ¡Milagro! repite una y otra vez antes de
contar su visión.
Los lugareños que lo encuentran y son testigos de
su exégesis, lejos
de creerle pensaron que el miedo de aquel pastor lo había
trastornado.
Pues bien, aquella leyenda permaneció en el baúl del
silencio a través de los tiempos hasta que recientemente, alguien
decidió colocar de
forma humilde, discreta y espontánea la imagen de la Virgen en la base del tronco de un
roble en el lugar de los hechos. Árbol que pareciera estar esperando este día puesto que
la forma que construyó su crecer dejó en su base la propia de una capilla en
miniatura para albergar la figura.
Desde ese momento, este mínimo
santuario se convierte en lugar de visita donde creyentes acuden a practicar su
fe.
Esta leyenda saldrá del baúl en que
permaneció y volará a través del universo del conocimiento.
¡Que así sea!
D. Robles
D. Robles