Llega diciembre y con él la Navidad. Época del año en que los
primeros acordes de campanillas elevan nuestro ego interno y de forma mágica puede transformar
nuestra conducta. Sentimos que algo nos empuja al "buenismo". Ese
buenismo en forma solidaria que hace que "casi" todos nos volvamos un
tanto tiernos y ávidos de ayudar a alguien. Momento que nos hace
recordar aquellas personas a quien la suerte no sonrió, o dejó de sonreír y condenó a sufrir un
destino sin campanillas. Se activa la colección del almacén. Se recogen
toneladas de alimentos, juguetes, ropa y un largo etc., de iniciativas.
El albor de la Navidad puede conseguir que una guerra
se detenga unos días por encendida que sea.
Las campanas navideñas son a la especie humana lo que la música a las
fieras (las amansa: dicen).
Si así fuere; es una gran pena que no suene todo el año
"Campanitas de Belén".
Si durante quince días somos capaces de mutar nuestro
comportamiento y cerebro, ¿por qué resulta imposible los otros trescientos cincuenta?
La dulce Navidad sirve para relajar nuestro estrés anual
acumulado. Da carpetazo a un ejercicio con satisfacción o
preocupación, todo depende.
Pero no se hagan ilusión. Campanillas y villancicos no amansan todas las
fieras. Siempre hay quien persevera en su instinto más primitivo
dando por sentado que hay seres que no tienen derecho a vivir en paz. Sea por
origen o cualquier otra realidad no ajustada a un estándar preestablecido e interiorizado en base a un concepto tan simple como erróneo.
Las campanillas navideñas no superan la barrera del instinto más primitivo
de las fieras empeñadas en morder la existencia del diferente.
Inconscientes de sus carencias y capacidad para hacerse y responder una pregunta: ¿Quién diferente de quién?
Algo tan sencillo como saber que tod@s de tod@s.
Fechas en que escucharemos mensajes y discursos
referidos a refugiados, inmigrantes y toda esa parte de humanidad que sufre
marginalidad y discriminación. Mensajes que ponen de manifiesto el otro yo de
quien ora: exhibiendo el discurso más correcto y adecuado al momento y sus
hechos más antagónicos.
Personas que teniendo potestad para tomar decisiones,
en lugar de humanizar un poco su cerebro siguen endureciendo las horas de quien
dicen apoyar en su discurso.
Versión de quien presenta imagen navideña y seso en
carnaval. Ese yo y su otro
Tranquilos. Pronto llega el diez de enero y el espécimen humano
retorna al acelere pospuesto y al estrés reposado. Otra vez un año por delante
para seguir afirmando nuestra condición. El prójimo agotó sus necesidades y pareciera que la
solidaridad desatada quince días atrás sirviera para cubrir la de todo un año y tuviéramos que dar
el deber por cumplido. La necesidad vuelve a la invisibilidad y la guerra que
se detuvo al son de “Noche de Paz” al esplendor de su misión.
Blanca Navidad. Momento de buenismo.
El diez de enero nos vemos de nuevo las caras.
D. Robles