Llegó el 9N. Después de la pólvora que se quemó, las
diatribas a que fuimos sometidos por parte de todos los actores, dires y diretes,
idas y venidas, al fin se consumó la escenificación pública de algo que, quien
más quien menos preveía, bien de una forma, bien de otra.
El día después, como no podía ser de otra forma, todos
arrimando el resultado a sus intereses, sin tener el coraje de presentar un
análisis sosegado que reproduzca la realidad de lo vivido que a nadie se
escapa, a nadie con un poco de cabeza.
Más de dos millones de catalanes acudieron a la cita, parece ser. No sé si
resulta suficiente para sacar pecho o no, tampoco, si hubo o no algún tipo de
trampa en la jornada. Sea como fuere, lo importante es, que fue más que sobrado como para tratar de ignorar, minimizar y menos desprestigiar.
Como casi siempre en estos casos, hay quien trata de
apropiarse de esa llamada mayoría silenciosa para arrimarla a sus cuentas,
aunque sea de forma fraudulenta. En este caso las matemáticas son bastante
claras; si acudió a la cita un porcentaje superior al 30%, no quiere decir que el 70 restante haya que adjudicarlo en un pack como se pretende desde alguna instancia.
Cualquier ciudadano sabe que, a una cita electoral, sea cual
sea el motivo, nunca acude el 100% del censo con derecho a voto, en el mejor de
los casos se sitúa en más menos un 60% o poco más, difícil superar un 70 lo que
hace que, a poco que sepamos sumar nos daremos cuenta del resultado del 9N, sin
necesidad que mentes ilustradas de la política nos tengan que convencer de
aquello que les interesa. Hoy 12N, tres días después, el Presidente del
Gobierno comparece para presentarnos su escenario que, fiel a su perfil, es
tanto más interesado cuanto menos acertado.
Este proceso, lleva varios años siendo gestionado, por parte
de todos de una forma inverosímil, propia de quien no sabe manejar situaciones
de este calibre y por tanto no sabiendo estar a la altura de lo que exige la
política de cierto nivel.
Arturo por un lado y Mariano por el otro, dedicaron todo este
tiempo a jugar con cosas serias, sin la
menor intención de hacer lo que debían: utilizar la cabeza y con ella la
política.
En todo este tiempo, que seguí con cierta atención, pude
comprobar, cómo la política y su importancia, en momentos clave, en manos de
quien no sabe estar a la altura y menos interpretarla, puede generar un
problema donde no lo hay en lugar de buscar solución a los que se presentan o
mejor todavía, saber preverlos y evitar que se produzcan.
Por escenificar el caso de alguna manera, permítanme el
atrevimiento de establecer un símil que interpreta la impresión que me produce:
cuando dos machos cabríos se enfurecen y ninguno está dispuesto a ceder su
territorio, dirimen sus diferencias embistiendo uno contra otro,
algo que en mi tierra se conoce como “turriar”, pues esto es lo que vi, dos
personajes turriando, a cabezazo limpio, con su rebaño más próximo empujando a
cada cual; entre tanto la gente, subiendo exponencialmente su cabreo y
perplejidad.
Estoy convencido que si en Moncloa hubiese alguien con un
poco más de cabeza, hoy no estaríamos hablando de este asunto de la forma que
lo estamos haciendo, y menos presenciando un escenario como el que alumbró el
9N.
Considero una torpeza de enorme magnitud tratar de impedir
que la gente opine y se manifieste, cada cual de forma consecuente a sus
creencias y convicciones. Es obvio que nadie está en posesión de una verdad
absoluta, también que todo el mundo tiene, o debiera, derecho a defender la
suya. Aquí no hay opiniones mejores o peores, sólo diferentes, y todas
respetables.
Quien trate de minimizar, desprestigiar y restar importancia
a lo vivido, sigue persistiendo en el error y ahondando en sus consecuencias.
Estoy seguro que esta situación, dando al pueblo catalán la
oportunidad de expresar su opinión hace dos años habría arrojado un resultado
bastante diferente al actual y se habría zanjado el asunto, pero tal vez sea
más rentable para los actores dedicar el tiempo a “turriar”.
Mariano todavía no se dio cuenta, o no se la quiere dar, que
su actitud no hace otra cosa que engordar lo que dice combatir. Que las
actitudes maximalistas, lejos de solucionar problemas, los agravan y que como
siga en sus trece, sin querer ver la realidad que le rodea, nos va a dar algún
disgusto a todos, y por parte de Arturo, un poquito “Más” de cabeza, nos
vendría muy bien, también a todos y cuando hablo de todos, digo todos, que se
entienda bien.
Fíjense en las secuencias del proceso: uno que sí, otro que
no, que si la ley por un lado, la ley por otro, cada cual buscando la que le interesa y al final, ahí tenemos el 9N. Sólo faltó para rematar el esperpento
dialéctico escuchar a quienes habrán
echado de menos los tanques en las calles de Barcelona. Pero política, cero. Y
son tan torpes, que el día después, en lugar de retomar el asunto por la única
vía factible, es decir, la política, y política con mayúsculas, siguen
“turriando” con la judicialización del caso.
Quien no quiere escuchar al pueblo, algo teme. Quien
permanece sordo a lo que el pueblo dice,
no está capacitado, quien no sabe reaccionar, y a tiempo, debe irse del cargo.
A título personal pienso lo siguiente: No comparto la idea de
secesión de Cataluña, como tampoco de cualquier otro territorio, siento más
eficaz y útil la unidad de todos. Hay que saber aceptar, reconocer y respetar
la diversidad, pluralidad y singularidad de nuestro territorio y la idiosincrasia de cada parte, y también que, si alguno decide otra cosa, a
través de procedimientos racionales, respetarlo. Me repugnan los discursos
interesados y falaces, tales como: “España nos roba” y otros. Me sonrojan
aquellos pueriles que se dicen desde Madrid para tratar de justificar lo
injustificable. Al pueblo no se le puede negar la voz ni silenciar, por lo que entiendo
que al pueblo catalán hace mucho tiempo que se le tenía que haber dado la
oportunidad de expresarse sobre este asunto, en urnas si así lo demandaban, o de otra forma.
Cada cual es libre de tener su opinión, criterio y ejercerlos.
Un principio fundamental es saber escuchar y respetar,
también a quien piensa de forma diferente. Es la base de una convivencia
saludable.
D. Robles