Esta semana se celebró la XXVIII edición de los premios Goya,
puesta en escena y manifestación de la
importancia de nuestro cine.
Son varios los ingredientes que reune el séptimo arte, la
cultura en general, para hacer que no fuese una simple edición más y, por si hubiera
pocos, el Ministro del ramo da la espantada, presentando unas excusas que no hay por
dónde coger.
No hubo sorpresas y las alusiones a las ausencias así como
las medidas adoptadas desde estancias gubernamentales hacia el ámbito de la cultura fueron frecuentes
y, entiendo sobradas de justificación. Era de esperar, es más, creo que
también de agradecer, ¿por qué? Porque los silencios siempre son cómplices de
las acciones y si hay algo que no debemos aceptar como sociedad, es las
fórmulas utilizadas por los distintos poderes para silenciar aquellas voces que
no gustan.
El ámbito del cine siempre se caracterizó por ser una voz
crítica, que en mayor o menor medida, con mayor o menor vehemencia dice lo que
piensa; lo dicen sus protagonistas a
título personal, también sus guiones y
realizaciones.
Podremos estar de acuerdo o no con sus opiniones, con su
puesta en escena o no, pero hay que
agradecer su manifestación, frescura y naturalidad.
Un colectivo tan numeroso como es este, al igual que
cualquier otro es plural y por tanto de opinión no monolítica, ¡sólo faltaría!
Bienvenida esa diversidad, que no es diferente a la del conjunto de la sociedad,
y su libre expresión.
Cine, (Cultura en general), Deporte, Ciencia, tres patas que
representan muy bien la llamada Marca España y que me hace sentir orgullo de
pertenencia, a pesar que paralelamente y con demasiada frecuencia muchos de nuestros
cargos públicos, sean del signo que
sean, se encargan de echar por tierra cada vez que abren la boca.
Hay algo que merece, en mi opinión, una contundente crítica de rechazo: todas
aquellas maniobras que se utilizan para silenciar a la sociedad, las voces
críticas, las que molestan porque no gustan, las que no son obedientes, y las descalificaciones promovidas desde la
presión (que se pretende) mediática.
Y aquí viene la segunda parte.
Con motivo de la noche de los Goya, hay quien no puede dejar pasar la
ocasión para deslizar diatribas e improperios en toda dirección y a todo
aquello que no obedece a sus postulados y convicciones.
Me refiero a esos comunicadores impregnados del ungüento de
la verdad absoluta que no tienen ningún recato en hacer uso hasta del insulto para dirigirse a cualquier persona y colectivo que no resulta de su agrado.
Permítanme que en alusión a todos ellos elija un nombre, como
claro ejemplo del dislate verbal. Un tal Jiménez Losantos, ¿les suena?
Bien: este personaje, que dicho sea de paso, debiera estar
muy satisfecho de pertenecer a un sistema como el que tenemos ya que, diga lo
que diga, se le respeta y deja hacer; puesto que si viviésemos bajo uno como el
que defiende él, probablemente no tuviera esa oportunidad.
Pues bien: sus alegorías al respecto, que reconozco no
recibir en directo sino, como diría Cospedal, en diferido y que no pienso
reproducir simplemente porque me produce vergüenza. Añado la que en otra de esas alocuciones referidas
a una población como es la minera pretendió no dejar títere con cabeza, digo pretendió porque una cosa es la intención
y otra muy distinta conseguirlo.
Atribuyó tales improperios a unos señores (los mineros) que
por el mismo motivo anterior no voy a transcribir y como está en las ondas,
cualquiera puede comprobar, aunque no lo recomiendo. Digo señores, con
mayúscula.
¿Cómo es posible que alguien tenga el atrevimiento de
expresarse en tales términos desde la más profunda ignorancia?
Digo esto último porque alguien con un mínimo conocimiento de
la minería y su entorno no dice tales disparates. Este señor carece de conocimientos y sobre todo agallas, agallas para bajar veinte minutos
a una de esas minas donde aquellos a quien alude como delincuentes, entre otras
lindezas, y que están sobrados de ellas, pasan horas trabajando, poniendo en
riesgo su vida un día sí y otro también. Sr. J. Losantos, no tiene usted agallas y mucho
menos vergüenza, sólo las tiene para ofender, insultar y difamar, algo más
propio de mala gente que de un profesional de un medio importante como es aquel
que trasmite a través de las ondas.
La aptitud que entiendo, como más coherente ante estos personajes
es simplemente ignorarlos; les reconozco
y defiendo su derecho a expresarse como crean conveniente, pero no se puede
tener en consideración tanta infamia.
Bienvenida la libertad de expresión, toda, cuando es
ejercida con respeto y en los cauces racionales adecuados, también para quienes
la ejercen desde la conocida caverna.
Mi apoyo, comprensión y complicidad a toda la gente del
ámbito de la Cultura que libremente se expresa; también para el minero que
demuestra cada día su nobleza y bravura, porque un minero es así y el mayor de los rechazos a estos personajes
mediáticos de tebeo.
D. Robles
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