sábado, 15 de febrero de 2014

LOS GOYA, OTROS, Y LA CAVERNA

Esta semana se celebró la XXVIII edición de los premios Goya, puesta en escena  y manifestación de la importancia de nuestro cine.
Son varios los ingredientes que reune el séptimo arte, la cultura en general, para hacer que no fuese una simple edición más y, por si hubiera pocos, el Ministro del ramo da la espantada, presentando unas excusas que no hay por dónde coger.
No hubo sorpresas y las alusiones a las ausencias así como las medidas adoptadas desde estancias gubernamentales  hacia el ámbito de la cultura fueron frecuentes y, entiendo sobradas de justificación. Era de esperar, es más, creo que también de agradecer, ¿por qué? Porque los silencios siempre son cómplices de las acciones y si hay algo que no debemos aceptar como sociedad, es las fórmulas utilizadas por los distintos poderes para silenciar aquellas voces que no gustan. 

El ámbito del cine siempre se caracterizó por ser una voz crítica, que en mayor o menor medida, con mayor o menor vehemencia dice lo que piensa;  lo dicen sus protagonistas a título personal,  también sus guiones y realizaciones.
Podremos estar de acuerdo o no con sus opiniones, con su puesta en escena o  no, pero hay que agradecer su manifestación, frescura y naturalidad.
Un colectivo tan numeroso como es este, al igual que cualquier otro es plural y por tanto de opinión no monolítica, ¡sólo faltaría! Bienvenida esa diversidad, que no es diferente a la del conjunto de la sociedad, y  su libre expresión.

Cine, (Cultura en general), Deporte, Ciencia, tres patas que representan muy bien la llamada Marca España y que me hace sentir orgullo de pertenencia, a pesar que paralelamente y con demasiada frecuencia muchos de nuestros  cargos públicos, sean del signo que sean, se encargan de echar por tierra cada vez que abren la boca.

Hay algo que merece, en mi opinión, una contundente crítica de rechazo: todas aquellas maniobras que se utilizan para silenciar a la sociedad, las voces críticas, las que molestan porque no gustan, las que no son obedientes, y las descalificaciones promovidas desde la presión (que se pretende) mediática.
Y aquí viene la segunda parte.

Con motivo de la noche de los Goya, hay quien no puede dejar pasar la ocasión para deslizar diatribas e improperios en toda dirección y a todo aquello que no obedece a sus postulados y convicciones.
Me refiero a esos comunicadores impregnados del ungüento de la verdad absoluta que no tienen ningún recato en hacer uso hasta del  insulto para dirigirse a cualquier persona  y colectivo que no resulta de su agrado.
Permítanme que en alusión a todos ellos elija un nombre, como claro ejemplo del dislate verbal. Un tal Jiménez  Losantos, ¿les suena?
Bien: este personaje, que dicho sea de paso, debiera estar muy satisfecho de pertenecer a un sistema como el que tenemos ya que, diga lo que diga, se le respeta y deja hacer; puesto que si viviésemos bajo uno como el que defiende él, probablemente no tuviera esa oportunidad.

Pues bien: sus alegorías al respecto, que reconozco no recibir en directo sino, como diría Cospedal, en diferido y que no pienso reproducir simplemente porque me produce vergüenza. Añado  la que en otra de esas alocuciones referidas a una población como es la minera pretendió no dejar títere con cabeza,  digo pretendió porque una cosa es la intención y otra muy distinta conseguirlo.
Atribuyó tales improperios a unos señores (los mineros) que por el mismo motivo anterior no voy a transcribir y como está en las ondas, cualquiera puede comprobar, aunque no lo recomiendo. Digo señores, con mayúscula.
¿Cómo es posible que alguien tenga el atrevimiento de expresarse en tales términos desde la más profunda ignorancia?
Digo esto último porque alguien con un mínimo conocimiento de la minería y su entorno no dice tales disparates. Este señor carece de conocimientos y sobre todo agallas, agallas para bajar veinte minutos a una de esas minas donde aquellos a quien alude como delincuentes, entre otras lindezas, y que están sobrados de ellas, pasan horas trabajando, poniendo en riesgo su vida un día sí y otro también.        Sr.  J. Losantos, no tiene usted agallas y mucho menos vergüenza, sólo las tiene para ofender, insultar y difamar, algo más propio de mala gente que de un profesional de un medio importante como es aquel que trasmite a través de las ondas.

La aptitud que entiendo, como más coherente ante estos personajes es simplemente ignorarlos; les reconozco y defiendo su derecho a expresarse como crean conveniente, pero no se puede tener en consideración tanta infamia.

Bienvenida la libertad de expresión, toda, cuando es ejercida con respeto y en los cauces racionales adecuados, también para quienes la ejercen desde la conocida caverna.

Mi apoyo, comprensión y complicidad a toda la gente del ámbito de la Cultura que libremente se expresa; también para el minero que demuestra cada día su nobleza y bravura, porque un minero es así  y el mayor de los rechazos a estos personajes mediáticos de tebeo.

                                                                                        D. Robles    



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