domingo, 6 de julio de 2014

CON LA VENIA

“Un hombre solo tiene derecho a mirar a otro hacia abajo, cuando ha de ayudarle a levantarse” (G. García Márquez)

Algo tan natural como reza esta máxima del desaparecido Gabo; ese derecho al que se refiere, consustancial al ser humano y que permanece inalterable los primeros minutos de nuestra existencia, hasta el momento en que nos colocan la primera prenda de vestir.
Su vulneración sistemática es el reflejo de esa sociedad que compone la “res” homínida, llegando a casos y situaciones que, al menos a mí, me producen cierto sonrojo.

Voy a tratar de ilustrar brevemente esta reflexión con algún ejemplo derivado de acontecimientos acaecidos  en fechas recientes.

Hace unas semanas, como todos ustedes saben, tuvo lugar el relevo en la Jefatura del Estado y, dentro del protocolo y formas establecidos, en el desfile salutatorio pudimos ver cómo los distintos personajes asistentes, además del saludo de rigor, bien inclinan su testa, bien doblan su rodilla, o ambas, ante el ser superior en clara manifestación, no de respeto, sino de subyugación o sometimiento.

El respeto ineludible e inexcusable en cualquier relación, no tiene que dar paso, entiendo, a posiciones que bien se pueden considerar anti natura en pleno S XXI entre seres racionales como nos autodefinimos. Racionalidad a la que también debo colocarle varios interrogantes.

Si lo expuesto ya me resulta cuestionable, qué decir, cuando veo al Jefe del Estado (a quien considero máxima autoridad de la prole) y consorte, hacer lo propio, incluso añadir el gesto de besar mano ante un jerarca eclesiástico: sea arzobispo o lo que fuere.
¿Cuál es el orden establecido? ¿En qué sociedad vivimos?  ¿En la que nos cuentan, o aquella que nos dicen pero que resulta otra cosa diferente? ¿No seremos capaces de salir del siglo XVIII?

Una sociedad debe tener sus estructuras definidas, no lo cuestiono ni pongo en duda. Su organización social, también, pero ello no ha de suponer superioridades y menos subyugaciones.

Si me atrevo a cuestionar todas ellas, en el ámbito que se produzcan; qué decir de la última referida: el Jefe del Estado doblando la nuca, el esternón, no sé si la rótula  o todo, ante esa representación terrenal de la divinidad, en un estado laico (dicen), eso, me resulta más que preocupante.

Llego a la conclusión de vivir en una sociedad distinta a la que creo vivir.
Vaya por delante mi máxima arenga en favor del respeto, así como rechazo hacia el doblez del esqueleto de una persona ante otra; sea quien sea.


                                                                  D. Robles        

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