“Un hombre solo tiene derecho a mirar a otro hacia abajo,
cuando ha de ayudarle a levantarse” (G. García Márquez)
Algo tan natural como reza esta máxima del desaparecido Gabo;
ese derecho al que se refiere, consustancial al ser humano y que permanece
inalterable los primeros minutos de nuestra existencia, hasta el momento en que
nos colocan la primera prenda de vestir.
Su vulneración sistemática es el reflejo de esa sociedad que
compone la “res” homínida, llegando a casos y situaciones que, al menos a mí,
me producen cierto sonrojo.
Voy a tratar de ilustrar brevemente esta reflexión con algún ejemplo
derivado de acontecimientos acaecidos en
fechas recientes.
Hace unas semanas, como todos ustedes saben, tuvo lugar el relevo
en la Jefatura del Estado y, dentro del protocolo y formas establecidos, en el
desfile salutatorio pudimos ver cómo los distintos personajes asistentes,
además del saludo de rigor, bien inclinan su testa, bien doblan su rodilla, o
ambas, ante el ser superior en clara manifestación, no de respeto, sino de
subyugación o sometimiento.
El respeto ineludible e inexcusable en cualquier relación,
no tiene que dar paso, entiendo, a posiciones que bien se pueden considerar anti
natura en pleno S XXI entre seres racionales como nos autodefinimos. Racionalidad
a la que también debo colocarle varios interrogantes.
Si lo expuesto ya me resulta cuestionable, qué decir, cuando
veo al Jefe del Estado (a quien considero máxima autoridad de la prole) y
consorte, hacer lo propio, incluso añadir el gesto de besar mano ante un
jerarca eclesiástico: sea arzobispo o lo que fuere.
¿Cuál es el orden establecido? ¿En qué sociedad vivimos? ¿En la que nos cuentan, o aquella que nos
dicen pero que resulta otra cosa diferente? ¿No seremos capaces de salir del
siglo XVIII?
Una sociedad debe tener sus estructuras definidas, no lo
cuestiono ni pongo en duda. Su organización social, también, pero ello no ha de
suponer superioridades y menos subyugaciones.
Si me atrevo a cuestionar todas ellas, en el ámbito que se
produzcan; qué decir de la última referida: el Jefe del Estado doblando la nuca,
el esternón, no sé si la rótula o todo,
ante esa representación terrenal de la divinidad, en un estado laico (dicen), eso,
me resulta más que preocupante.
Llego a la conclusión de vivir en una sociedad distinta a la
que creo vivir.
Vaya por delante mi máxima arenga en favor del
respeto, así como rechazo hacia el doblez del esqueleto de una persona ante
otra; sea quien sea.
D. Robles
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