miércoles, 12 de noviembre de 2014

CUANDO UN POLÍTICO NO ENTIENDE LA POLÍTICA

Llegó el 9N. Después de la pólvora que se quemó, las diatribas a que fuimos sometidos por parte de todos los actores, dires y diretes, idas y venidas, al fin se consumó la escenificación pública de algo que, quien más quien menos preveía, bien de una forma, bien de otra.

El día después, como no podía ser de otra forma, todos arrimando el resultado a sus intereses, sin tener el coraje de presentar un análisis sosegado que reproduzca la realidad de lo vivido que a nadie se escapa, a nadie con un poco de cabeza.
Más de dos millones de catalanes  acudieron a la cita, parece ser. No sé si resulta suficiente para sacar pecho o no, tampoco, si hubo o no algún tipo de trampa en la jornada. Sea como fuere, lo importante es, que fue más que sobrado como para tratar de ignorar, minimizar y menos desprestigiar.

Como casi siempre en estos casos, hay quien trata de apropiarse de esa llamada mayoría silenciosa para arrimarla a sus cuentas, aunque sea de forma fraudulenta. En este caso las matemáticas son bastante claras; si acudió a la cita un porcentaje superior al 30%, no quiere decir que el 70 restante  haya que adjudicarlo en un pack  como se pretende desde alguna instancia. 
Cualquier ciudadano sabe que, a una cita electoral, sea cual sea el motivo, nunca acude el 100% del censo con derecho a voto, en el mejor de los casos se sitúa en más menos un 60% o poco más, difícil superar un 70 lo que hace que, a poco que sepamos sumar nos daremos cuenta del resultado del 9N, sin necesidad que mentes ilustradas de la política nos tengan que convencer de aquello que les interesa. Hoy 12N, tres días después, el Presidente del Gobierno comparece para presentarnos su escenario que, fiel a su perfil, es tanto más interesado cuanto menos acertado.

Este proceso, lleva varios años siendo gestionado, por parte de todos de una forma inverosímil, propia de quien no sabe manejar situaciones de este calibre y por tanto no sabiendo estar a la altura de lo que exige la política de cierto nivel.

Arturo por un lado y Mariano por el otro, dedicaron todo este tiempo a jugar  con cosas serias, sin la menor intención de hacer lo que debían: utilizar la cabeza y con ella la política.
En todo este tiempo, que seguí con cierta atención, pude comprobar, cómo la política y su importancia, en momentos clave, en manos de quien no sabe estar a la altura y menos interpretarla, puede generar un problema donde no lo hay en lugar de buscar solución a los que se presentan o mejor todavía, saber preverlos y evitar que se produzcan.

Por escenificar el caso de alguna manera, permítanme el atrevimiento de establecer un símil que interpreta la impresión que me produce: cuando dos machos cabríos se enfurecen y ninguno está dispuesto a ceder su territorio, dirimen sus diferencias embistiendo uno contra otro, algo que en mi tierra se conoce como “turriar”, pues esto es lo que vi, dos personajes turriando, a cabezazo limpio, con su rebaño más próximo empujando a cada cual; entre tanto la gente, subiendo exponencialmente su cabreo y perplejidad.

Estoy convencido que si en Moncloa hubiese alguien con un poco más de cabeza, hoy no estaríamos hablando de este asunto de la forma que lo estamos haciendo, y menos presenciando un escenario como el que alumbró el 9N.
Considero una torpeza de enorme magnitud tratar de impedir que la gente opine y se manifieste, cada cual de forma consecuente a sus creencias y convicciones. Es obvio que nadie está en posesión de una verdad absoluta, también que todo el mundo tiene, o debiera, derecho a defender la suya. Aquí no hay opiniones mejores o peores, sólo diferentes, y todas respetables.
Quien trate de minimizar, desprestigiar y restar importancia a lo vivido, sigue persistiendo en el error y ahondando en sus consecuencias.

Estoy seguro que esta situación, dando al pueblo catalán la oportunidad de expresar su opinión hace dos años habría arrojado un resultado bastante diferente al actual y se habría zanjado el asunto, pero tal vez sea más rentable para los actores dedicar el tiempo a “turriar”.

Mariano todavía no se dio cuenta, o no se la quiere dar, que su actitud no hace otra cosa que engordar lo que dice combatir. Que las actitudes maximalistas, lejos de solucionar problemas, los agravan y que como siga en sus trece, sin querer ver la realidad que le rodea, nos va a dar algún disgusto a todos, y por parte de Arturo, un poquito “Más” de cabeza, nos vendría muy bien, también a todos y cuando hablo de todos, digo todos, que se entienda bien.

Fíjense en las secuencias del proceso: uno que sí, otro que no, que si la ley por un lado, la ley por otro, cada cual buscando la que le interesa y al final, ahí tenemos el 9N. Sólo faltó para rematar el esperpento dialéctico escuchar a quienes habrán echado de menos los tanques en las calles de Barcelona. Pero política, cero. Y son tan torpes, que el día después, en lugar de retomar el asunto por la única vía factible, es decir, la política, y política con mayúsculas, siguen “turriando” con la judicialización del caso.

Quien no quiere escuchar al pueblo, algo teme. Quien permanece sordo  a lo que el pueblo dice, no está capacitado, quien no sabe reaccionar, y a tiempo, debe irse del cargo.

A título personal pienso lo siguiente: No comparto la idea de secesión de Cataluña, como tampoco de cualquier otro territorio, siento más eficaz y útil la unidad de todos. Hay que saber aceptar, reconocer y respetar la diversidad, pluralidad y singularidad de nuestro territorio y la  idiosincrasia de cada parte, y también que, si alguno decide otra cosa, a través de procedimientos racionales, respetarlo. Me repugnan los discursos interesados y falaces, tales como: “España nos roba” y otros. Me sonrojan aquellos pueriles que se dicen desde Madrid para tratar de justificar lo injustificable. Al pueblo no se le puede negar la voz ni silenciar, por lo que entiendo que al pueblo catalán hace mucho tiempo que se le tenía que haber dado la oportunidad de expresarse sobre este asunto, en urnas si así lo demandaban, o de otra forma.
Cada cual es libre de tener su opinión, criterio y ejercerlos.

Un principio fundamental es saber escuchar y respetar, también a quien piensa de forma diferente. Es la base de una convivencia saludable.

                                                                              
                                                                          D. Robles 

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